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Siempre hay esperanza

  Esa mañana Ahmed fue alcanzado por la metralla de un mortero y su cuerpo cayó al suelo mientras de su estómago brotaba sangre a borbotones, sus compañeros, soldados jóvenes de veinte años de las Fuerzas Armadas de Siria, trataron de taponarle la herida en vano, en pocos minutos se desangró delante de ellos sin que pudieran hacer nada por él. Le cerraron los ojos y lo dejaron allí mismo, en medio de otros cadáveres y los escombros de un colegio. La mano de un niño asomaba entre pedazos de hormigón, sujetaba aún un trozo de pan, pero yacía inerte debajo. Ali, amigo de Ahmed, sintió que no podía más con el oprobio de aquella guerra maldita, estaba incluso demasiado cansado para llorar. Ver tanto horror le nublaba la vista. —Vamos Ali, ¿ qué haces parado? ¿No ves que están muertos? Vámonos antes de que nos alcance también a nosotros la metralla de una bomba o una bala, por favor, ¡corre! —le dijo su compañero Akram. Los soldados echaron a correr, armados con fusiles de asalto. Era difíci

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