Siempre hay esperanza


 

Esa mañana Ahmed fue alcanzado por la metralla de un mortero y su cuerpo cayó al suelo mientras de su estómago brotaba sangre a borbotones, sus compañeros, soldados jóvenes de veinte años de las Fuerzas Armadas de Siria, trataron de taponarle la herida en vano, en pocos minutos se desangró delante de ellos sin que pudieran hacer nada por él. Le cerraron los ojos y lo dejaron allí mismo, en medio de otros cadáveres y los escombros de un colegio. La mano de un niño asomaba entre pedazos de hormigón, sujetaba aún un trozo de pan, pero yacía inerte debajo. Ali, amigo de Ahmed, sintió que no podía más con el oprobio de aquella guerra maldita, estaba incluso demasiado cansado para llorar. Ver tanto horror le nublaba la vista.

—Vamos Ali, ¿ qué haces parado? ¿No ves que están muertos? Vámonos antes de que nos alcance también a nosotros la metralla de una bomba o una bala, por favor, ¡corre! —le dijo su compañero Akram.

Los soldados echaron a correr, armados con fusiles de asalto. Era difícil no tropezar con algún cadáver semienterrado entre los escombros de edificios. Atravesaron un hospital pues había camas y material sanitario esparcidos por todas partes, muchos enfermos agonizaban ante los ojos impertérritos de los combatientes. Ya no les cabía más espanto en sus pupilas.

Dos semanas después llegaron a Hanano, un barrio en el este de Alepo que consiguieron recuperar. Allí todo era destrucción, no había un solo edificio en pie. Ali se miró las manos y vio que estaban llenas de polvo y sangre humana, para caminar tenían que ir retirando cadáveres y moribundos de la calle y sintió cómo un escalofrío de horror le invadía el cuerpo. Soltó el arma que se disparó sola al golpearse contra el suelo, sin herir a nadie, y comenzó a deambular con la mirada perdida en el infinito. Gritos y gemidos salían de entre los escombros. Se preguntaba si recuperar un territorio merecía la pena. Allí no había ya nada, solo destrucción y oprobio. No había un vencedor y un vencido, todos eran perdedores en medio de aquel panorama dantesco. Caminó hasta que las fuerzas le flaquearon y tuvo que sentarse en una piedra que era un resto de un edificio de casas derruido. De un tubo roto brotaba agua, vio como unos niños fueron corriendo a beber, notó que eran kurdos por su acento. Sus ropas estaban cubiertas de polvo, iban descalzos y estaban sucios. Se acercó a ellos.

—No, no bebáis de esa agua, por favor, podría no ser potable y haceros daño —les dijo preocupado.

—Vámonos, ¡es un soldado sirio! —dijo uno de los chicos a sus amigos. Corrieron hasta que se disiparon entre la humareda que flotaba sobre los escombros.

La familia de Ali había huido al Líbano, su padre falleció en el conflicto bélico a los pocos días de iniciarse en dos mil once, pero su madre Sara y su hermana pequeña, Houda, lograron escapar y desde entonces no sabía nada de ellas.

—Ali, te estamos buscando y no solo nos estás poniendo en peligro a nosotros sino también a ti mismo, tenemos un plan que seguir, ¿lo recuerdas? —Akram había ido a buscarlo y le reprochó que se hubiera alejado del grupo de esa manera tan irresponsable.

—Me voy —contestó Ali.

—¿Qué? ¿Sabes cuáles serían las consecuencias si desertaras?

—Confío en ti. Nos conocemos desde pequeños. Tengo que ir a buscar a mi hermana y a mi madre...

—Está bien. Vete, vete rápido  —dijo Akram con lágrimas en los ojos y su fusil sujetado con las dos manos, se dio la vuelta y volvió con el grupo de soldados ajenos a todo lo que estaba sucediendo.

Ali se dirigió a la frontera con el Líbano y a través de una ONG que operaba por la zona pudo ponerse en contacto con el campamento de refugiados donde estaban su madre y su hermana. Los tres lloraron de felicidad al escuchar sus voces. Su hermana Houda le dijo que tendría preparado un regalo para él cuando llegase. No tuvieron mucho tiempo para conversar, pero el suficiente para que Ali pudiera trazar un recorrido para llegar hasta ellas. La llamada telefónica fue un soplo de aire esperanzador y reconfortante para la familia.

—Muchas gracias por dejarme hablar con mi familia y por localizarla —agradeció Ali a los voluntarios de la organización.

—De nada, pero ¿sabes que no va a ser fácil lo que pretendes? —le comentó el cooperante.

—Sí, lo sé... incluso podría perder la vida pero necesito intentarlo.

—De acuerdo, alabo tu decisión, eres muy valiente. Nosotros te proporcionaremos ropa y víveres para el camino, que por cierto, ¿ cómo piensas hacerlo? De aquí al Líbano hay unas cuantas horas y kilómetros.

He aprendido a sobrevivir en esta guerra, así que me las iré ingeniando día a día y de alguna forma llegaré —contestó Ali.

—Muy bien amigo, que tengas mucha suerte —concluyó el chico que trabajaba en la ONG estrechándole la mano.


Ali se puso en marcha, camino de la frontera con el Líbano, ya sin su uniforme de soldado y con las ropas que le habían proporcionado los voluntarios. En un macuto a sus espaldas llevaba comida no perecedera y agua. En más de una ocasión tuvo que esconderse debajo de las piedras y escombros o detrás de muros que aún se sostenían para no ser alcanzado por las balas cuya procedencia ya le era indiferente, era lo mismo que fuesen disparadas por el gobierno de Bashar al-Assad o por cualquiera de los grupos que formaban parte de la oposición siria, lo realmente importante para él era sobrevivir.

—Mamá, ¿ cuándo llegará Ali? —preguntó la pequeña Houda a su madre.

—Tiene que recorrer un largo camino, pero pronto llegará y estará con nosotras, no te preoucpes.


Ali, mientras tanto, proseguía y había llegado a la ciudad de Ghouta. Se refugiaba en un sótano lleno de niños y mujeres, sin agua, sin calefacción, en condiciones infrahumanas, lo poco que le quedaba para comer en el macuto se lo dio a los niños desnutridos que allí había. Era imposible dormir en aquel lugar, el llanto era el sonido de fondo que no cesaba. Decidió emprender de nuevo su camino. 

A la mañana siguiente salió del sótano y no consiguió dar más de diez pasos en medio de aquel panorama espantoso, horrible, infernal. Los cadáveres se amontonaban por decenas, niños y ancianos en su mayoría. Empezó a sentir que respiraba con dificultad, le picaban la nariz y los ojos, tenía la visión nublada y muchas náuseas. No había nadie vivo por allí, solo muertos sin señal de haber sido alcanzados por metralla, entonces se dio cuenta de que se trataba de un ataque químico. Trató de volver al refugio pero no lograba encontrarlo, estaba totalmente desorientado No puedo respirar —logró murmurar mientras se tambaleaba por las calles desiertas de vida.

Unos hombres ataviados con unas máscaras lo cogieron entre dos y se lo llevaron a otro refugio. Le colocaron una mascarilla de oxígeno para aliviarle los efectos del gas tóxico que había estado respirando. Tenía las pupilas dilatadas y vomitó mientras trataba de tomar aire.

—Has tenido suerte de que te hayamos encontrado amigo, ¿ qué hacías por aquí solo? —le preguntaron.

—Me dirijo al Líbano, allí me esperan mi madre y mi hermana pequeña que me necesitan —les contestó. Ninguno de los tres hombres quiso hablar sobre la posición política que había llevado antes de desertar. Eran supervivientes de una masacre sin sentido. Todos eran víctimas.

—Nosotros también vamos hacia allí, tenemos que llevar un cargamento de comida para un campo de refugiados, podemos ir juntos si quieres, y así nos podremos ayudar en caso de necesidad —propuso uno de ellos.

—De acuerdo, es una buena opción —contestó Ali.

—Por cierto, yo soy Tom, y este es mi colega Alex, trabajamos juntos en la misma ONG.

Perfecto, yo me llamo Ali.

Después de presentarse pasaron la noche en aquel refugio que era muy similar a los anteriores, repleto de ancianos, mujeres y niños que lloraban desconsoladamente, sus madres ya no tenían ni ganas ni fuerzas para aplacar los llantos de sus pequeños, todos estaban exhaustos.

Comenzaron su viaje hacia el Líbano en una furgoneta dos días más tarde, después de haber recuperado las fuerzas en la medida de lo posible. Tom iba al volante, Alex y Ali acababan de quedarse medio dormidos cuando un grupo terrorista del Estado Islámico les atacó con bates destrozando el medio de transporte, ellos lograron salir ilesos, pero tuvieron que reanudar la marcha a pie y dejando todo el cargamento allí.

Por fin, una semana después, llegaron a su destino, entraron en el Líbano, allí fueron acogidos inmediatamente por voluntarios de la Cruz Roja. Llegaron desnutridos, sin fuerzas, apenas podían sostenerse en pie. 

—Estoy buscando a mi madre y a mi hermana, Sara y Houda — comentó Ali mientras bebía agua para aplacar su sed. 

—¡Houda! Sí, sabemos quién es. Es una niña que va siempre con un globo rojo en forma de corazón, dice que es un regalo para su hermano, no se desprende de él nunca —explicó un chico de la Cruz Roja a Ali.

—¡Llévame con ellas por favor! ¿Sabes dónde están? —preguntó Ali.

—Sí, claro que lo sé, todos conocemos a la pequeña Houda y a su madre Sara, además colaboran mucho con nosotros y nos ayudan a repartir comida y ropas. Espera un momento —el joven fue a buscar a la mujer y a su hija.

—¡Ali, hijo mío! —gritó a lo lejos Sara mientras sujetaba de la mano a la niña.

Ali intentó ponerse en pie e ir hacia ellas, pero no tenía suficientes fuerzas para correr. Los tres se fundieron en un emotivo abrazo.

—Mira Ali, este globo es nuestro corazón, el de mamá, el tuyo y el mío y nos ha protegido a los tres todo este tiempo que hemos estado separados.

Ali no pudo contener las lágrimas, cogió a su hermana en brazos y le prometió que nunca más las volvería a dejar solas.

—Y ahora, ¿ qué te parece si dejamos que el globo vuele y siga su destino? Quizás proteja a alguien que lo necesite, nosotros estamos a salvo —propuso Ali a Houda.

—Sí, tienes razón, a nosotros ya no nos hace falta. ¡Soltémoslo! —respondió la pequeña.


El globo rojo con forma de corazón fue empujado por el viento y volvió a Siria donde quién sabe si algún otro niño con esperanza de volver a ver a un padre o un hermano lo recogió.


Relato: Mercedes Lázaro.

Foto: Banksy. Groove Girl.



Comentarios

Unknown ha dicho que…
Simplemente, hermoso, mi querida Mercedes, amiga mía 💝💝💝💝
Mercedes Lázaro ha dicho que…
Muchas gracias ☺️
Guido ha dicho que…
Ciao , non scrivi più? Un abbraccio GG
Mercedes Lázaro ha dicho que…
Ciao Guido, ho tolto le reti sociali, rimane il blog peró é un pó che non lo aggiorno, infatti. Un bacione.
Guido ha dicho que…
Ok cara, un abbraccio 🤗 😘

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