PARAÍSO EN EL INFIERNO PARTE II


Una de las cosas de la atmósfera del infierno que más le llamó la atención a Clara fue el olor, era como un perfume diabólico que penetraba por cada poro de la piel como tatuándose en ella para no salir jamás. El compañero que fue con ella a visitar los bajos fondos de la moral era precisamente una persona que su imagen pública casi roza el cielo, el clásico "buenista", palabra que hoy día se utiliza como término peyorativo pero es bastante certero, puesto que hay personas con un doble perfil, como un arma de doble filo, y son seres muy mezquinos, entendiendo por mezquindad pobreza mental. Sí, tiene una mentalidad muy pobre, poco coherente, defiende en público conceptos que después transgrede en la vida real. Clara, con su carácter inestable por circunstancias vitales, en ese momento se podría considerar que no era del todo capaz de comprender y asimilar qué estaba haciendo allí ni qué. Se dejaba llevar por su amigo "buenista", que traspasó los límites que él se había establecido después de unos años de excesos, había bebido en demasía y fumaba en continuación "pitos", como él los llamaba. La mirada de este señor estaba fija, casi perdida en el abismo, repetía constantemente y de manera obsesiva ciertas frases como "¿quieres otro diablo?". A Clara le chupaban la sangre los diablos hasta que empezó a quedarse muy pálida, casi sin sangre, quería salir de allí, pero el "buenista" la arrastraba de la mano porque quería seguir sacando la parte mala que lleva encerrada dentro de sí ya que fuera del infierno la tiene que reprimir. Vive en una perpetua lucha entre el bien y el mal. 
Había incluso una piscina en el averno, ante el gesto violento de uno de los diablos, Clara se echó a llorar pensando que le harían daño a su amigo que en ese momento sí que estaba completamente absorto en un submundo de incongruencias. 
"No llores tía, que no se van a pegar" le dijo una diablilla con la que Clara hizo buenas migas, pero Clara ya había entrado en la fase más infantil de su cerebro y ya no era adulta, era una niña. 
Se apoyó en el regazo de su amigo y éste la consoló con ternura, después de un rato, ambos siguieron el recorrido por aquel infernal lugar del que Clara ya empezaba a hartarse, pero el hombre bueno y malo seguía con su mirada fija, casi en estado catatónico. 
Clara a veces reía, otras lloraba, otras sentía angustia, pero sobre todo y ante todo fue sumisa. Lo que ya no volverá a hacer jamás en su vida. La sumisión lleva a la destrucción y Clara quiere construir. 

M.L.

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