MATILDE I

Los rayos de sol entraban por la ventana de manera tímida, se colaban entre los pliegues de las espesas  y polvorientas cortinas, un juego de sombras y luces daban forma a la claridad de la habitación. El ocaso del día llegaría en un par de horas con el desplazamiento de la luz solar y el cambio de sombras y luces. En ese mismo instante Matilde, tendría que tomar una importante decisión.
En el recorrido de nuestra existencia nos encontramos ante el hecho de tener que decidir o elegir, hemos de asumir la dura tarea de eliminar una opción para quedarnos con la otra, porque, como nos enseñan desde pequeños, todo no se puede tener en esta vida y porque con las decisiones vamos forjando nuestra propia personalidad y carácter. Con la experiencia vamos aprendiendo a elegir de forma más coherente con nuestros propios principios y relegamos a un segundo plano el capricho, al que no renunciamos en el despertar de la juventud. Con el tiempo, nos volvemos menos caprichosos y más consecuentes, o al menos, así debería ser. 
Matilde tenía que tomar una decisión muy importante en su senectud, aunque se sentía como una chiquilla por dentro, no estaba anclada en su juventud, de cada error cometido en la vida había aprendido una lección y se adaptaba a los avances y a los cambios sociales.

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