LA INMORTALIDAD

Hay un señor que se llama Raymond Kurzweill, se trata de un inventor, músico, escritor y empresario que nació en 1948. Está convencido de que la singularidad (que se denomina así por analogía con la singularidad de los agujeros negros, donde existe un punto en el que las reglas de la física dejan de ser válidas) llegará en el 2045. Para esa fecha llegará la época poshumana y nos convertiremos incluso en inmortales. 
Dios mío, la cosa no pinta bien. Ahora que estamos en Navidad y que seguro hipotético lector, hoy se ha pasado con los suculentos platos que forman parte de esta fiesta de despilfarro, o con una copita de más, piense en hacer una dieta hipocalórica, en consumir más de 250 pastillas al día para favorecer la longevidad y que en sus sueños en lugar de salir algo bello e idílico surgiera la eternidad de la monótona cotidianidad. 
¿Se imagina que a Van Gogh le hubieran instalado en el cerebro un microchip que le hubiese concedido el estatus de cíborg? es decir, ¿que la tecnología se hubiese fusionado con él? pues yo creo que sinceramente no nos habría dejado el legado de magníficas pinturas. Estoy convencida de que el arte no puede salir de un ser inmortal, sencillamente porque su principal fuente de inspiración, la constante preocupación por el más allá, por lo desconocido, desaparecería.


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