LA SIESTA

Mis estados de ánimo se notan de una manera indefectible en mi modo de dormir. Estaba ensopada en un sudor fosforescente, como el color de mi camiseta, a pesar del ventilador, el calor se hacía cada vez más insoportable a medida que avanzaba el día. 
Nítidas, ineluctables, sonaron entonces las campanadas de las cinco de la tarde, y caí en un sueño profundo. Me pregunté de qué servía estar despierta, inerte y triste como me sentía, sudada pero fría al mismo tiempo, como un lebranche.
Comenzó mi sueño. Alguien lloraba a gritos en la calle y nadie le hacía caso, todos pasaban junto a él y de él. Gemía en sueños. 
Ya en el sueño, el señor que lloraba creo que me leyó el pensamiento porque se acercó a mí y me escudriñó con una intensidad alarmante. No le hablé, no respiré, temía algún percance. 
-"El mundo avanza" me dijo con una voz rota, contundente, solemne.
-"Sí", le dije mientras retrocedía paso a paso, "avanza pero dando vueltas alrededor del sol".
Supe que tuve razón y me fui. El hombre siguió llorando y yo fui sorda a todo, como el resto de personas que entraban y salían de oficinas y comercios, absortos a su egoísmo. 
Corría y corría, escapando de los llantos de aquel desconocido pero cada vez los oía más fuertes dentro de mí, la ciudad iba adquiriendo un carácter fantasmal. Estaba asustada, y quería salir de aquel panorama. Si hubiese sabido que se trataba de un simple sueño sólo habría tenido que despertarme, pero lo ignoraba y seguí corriendo entre calles y desconocidos. Al fin, un tono de voz cauteloso que oí sin despertar me susurró al oído unas palabras que no recuerdo, pero que me transmitieron paz interior. Era mi propio yo, mi mente canceló todos los datos del pasado y los miedos del temible futuro para quedarse en la realidad observable, en el presente. Mi sueño se enriqueció y mi rostro se embelleció.

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